martes, 20 de mayo de 2008

Historia de vida - Publicada en Igooh.com


Juan, el feliz


No dice la verdad, se nota. No miente. Se hace el boludo. Dijo que los diarios los necesitaba para el fuego del asado, que iban a ir sus sobrinas. Justo se estaba yendo, y ya que estaba por ahí, los acovachó en la parrillita de atrás de la bicicleta descuajeringada esa que tiene. Nadie le preguntó nada, pero él quiso explicarlo, como un ladrón pidiendo clemencia. Juan se embarró solo. Le pasa por buen tipo, tanta disciplina le pone a su trabajo que intenta fundamentar hasta las cosas que se pasan por alto, y la embarra.
Renguea. Después de estar 20 años trabajando en el frigorífico nunca se le ocurrió visitar un hospital. Así quedó: lo agarra un día de humedad y le duele todo. Pero nada impide que cumpla con su trabajo. Es una especie típica de Argentina, aunque hoy quedan pocos. Juan es un todoterreno de las changas. Hace lo que hay que hacer. Corta el pasto, levanta paredes, poda los arboles, pinta. De todo un poco. Cuenta con la habilidad y la vagueza de utilizar sólo dos elementos, la tenaza y el alambre.
Barba descuidada y frondosa, blanca y al estilo Bin Laden. Gorro con la visera bien recta y una ropa vieja y conocida. Si, conocida: se dice que la misma ropa vino a trabajar más veces que él.
La edad es un misterio. Menos de sesenta, imposible. Evangelista hasta para rascarse, nombra a Dios en cada sorbo, pitada o respiro. Se ve que la pasó mal. Juan sufrió el hambre, ese que no se cuenta, que se tiene que vivir, el del dolor de estomago, el que te impulsa a robar o pedir, cosa que nunca hizo. Épocas jodidas fueron las del noventa en el sur del gran Buenos Aires. Textiles, frigoríficos y distribuidoras todas cerradas. Todas quebradas. La gente a la calle, a hacer lo que había que hacer, y Juan lo hizo.
Desde que dejó de trabajar con las reses y los cajones de Coca-Cola, donde se adjudica que levantaba cuatro al mismo tiempo, fue casa por casa. Algunas veces tuvo suerte, otras no. Le pasaba lo mismo que hoy. Cuando va con su bicicleta y el ruido a lata enuncia su camino, más de uno se aleja, más de uno se refugia y, seguramente, más de uno no lo entiende.
Dedicado. Parece que se abstrae en cada cosa que hace. No se distingue si se concentra o divierte. Es igual, al tipo le encanta trabajar, sólo quiere eso. No importa si el árbol es alto, hacia allí va. Nunca le interesó si la maquina no funcionaba al máximo, cortó el pasto. A veces es excesivamente optimista. Pero por algo es. No escucha la mirada de los otros. El relego estúpido, el de la pinta, el del negro o el chorro. Él es lo que puede ser, y sobre todo, es feliz con eso.

Etica periodística


Sensacionalismo y manipulación

Jonathan Acosta tiene 21 años y es hijo del policía que fue asesinado en 11 de octubre en Lanús, al intentar intervenir en un asalto a una peluquería de la zona. Horas después de lo ocurrido, el canal de noticias C5N buscó al joven y lo entrevistó. Las declaraciones fueron extraídas por Infobae.com y publicadas en su portal de noticias.
En la conversación, Jonathan retrata lo que le sucedió a su padre. Durante un minuto y medio el chico no paró de llorar y su estado de conmoción se distinguía por sobre lo que estaba hablando. Se lo notaba en la situación predecible que se encontraría cualquier persona luego de sufrir la pérdida de un familiar: paralizado por una angustia intensa.
Las declaraciones que hizo no aportaron más información de la que circulaba en todos los medios. Repitió los hechos en los cuales su padre había sido asesinado, que ya eran de público conocimiento, e hizo mención del tipo de persona qué era. Sólo fue el testimonio de una persona profundamente dolida.
La nota, que se publicó en vivo y en directo por la emisora, se hizo a través de un móvil en la casa de la familia de la víctima, sólo era C5N el medio que se encontraba allí.

La cobertura periodística según el Código de ética de Bogotá

El artículo 8° del Código de Ética del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) aporta el marco para el análisis del trabajo mencionado. En la norma se denuncia la utilización del sensacionalismo en la práctica periodística: “El sensacionalismo es una deformación interesada de la noticia, implica manipulación y engaño y, por tanto, burla la buena fe del público”. C5N e infobae.com lo que buscaron es influenciar a través de lo emotivo, la intención que tuvieron fue interesada. La manipulación, en este caso, que apunta y actúa sobre las personas, se da mediante la invocación de un caso triste que tiene como objetivo golpear la sensibilidad del telespectador y el lector. También, se ponen en juego dos puntos que se describen en el artículo: el interés público de circunstancias privadas y el abuso de la morbosidad o curiosidad malsana. En el primero, es evidente que en esta ocasión no existía en el testimonio de Jonathan Acosta datos importantes de su vida privada que puedan tener interés publico, por lo tanto no se priorizó el respeto por la vida privada y la dignidad del chico. El código colombiano es contundente: “El periodismo debe respetar la vida privada, la dignidad y la intimidad de las personas y sólo referirse a aquellos sucesos o circunstancias de carácter privado que adquieren claro interés público”. En cuanto al segundo punto, se produjo un abuso de los medios al buscar el llanto como recurso para despertar una curiosidad nociva del público. En el código se afirma un límite que, en este caso, el periodismo no respetó:”Debe abstenerse de explotar la morbosidad del público y la curiosidad malsana”.
Pero esta falta podía haberse evitado mediante el razonamiento ético del propio periodista. Si las prácticas se encuadran dentro del código colombiano, existe lo que se denomina la “Clausula de conciencia”, que se describe en el articulo 10°. En ésta se hace mención que “el periodista tiene la obligación moral de actuar de acuerdo con su conciencia y no puede ser sancionado por ello”. Aquí se especifica la posibilidad que tiene el profesional para negarse a realizar algún trabajo que se contradiga con los valores éticos que posee.

La cobertura periodística según el Código de ética de Chile
En el código chileno, elaborado por el Colegio de Periodistas de Chile, también contribuye con los elementos para el análisis de la falta ética que se ha cometido en la nota que publicó C5N e Infobae.com. El artículo 29° es categórico cuando detalla el respeto a la dignidad humana y la vida privada de las personas. Sostiene que se “respetará la intimidad de las personas en situación de aflicción o dolor, evitando las especulaciones y la intromisión gratuita en sus sentimientos y circunstancias”. En este punto es donde precisamente se incurrió en una falta ética en la cobertura periodística del policía asesinado. Se fue en busca del hijo no como una fuente importante de información de hecho, sino en la obtención de la lágrima fácil y, por lo tanto, el golpe contundente a la sensibilidad de los que se informan.
La normativa colombiana es precisa al especificar los casos en los que se puede dar la excepción al artículo: “Sólo cuando la divulgación de actos privados sea necesaria por razones de fiscalización pública de probidad funcionaria o cuando al amparo de la intimidad se está violando el derecho a la integridad física, psicológica u otro derecho individual”.
En el articulo 31° le pone límites al profesional y su tarea de informar; apunta, como en el articulo 29°, a restringir la manipulación que busca influenciar a través de lo emotivo : “El periodista deberá contribuir a sensibilizar a la opinión pública sobre la situación de los sectores más vulnerables de la sociedad”. Esto significa que el periodista no debe caer en la sensiblería, en la exposición de acontecimientos que sólo persiguen el golpe emotivo en la opinión pública.



Bibliografía
- Código de Ética del CPB (Círculo de Periodistas de Bogotá). Bogotá. 1990.
- Código de ética del Colegio de Periodistas de Chile. Con las modificaciones aprobadas en el IX Congreso Nacional Extraordinario. Concepción. Art. 29°. 1999

martes, 9 de octubre de 2007

Nota Publicada en el diario La Unión

El no es Dios
El no es Dios. Aunque eran incontables los carteles que empapelaron cada una de las clínicas en las que estuvo internado, el no es Dios. Aunque haya sido el culpable de esbozar inolvidables sonrisas en millones de caras; de inflar los pechos de alegría. Aunque su zurda reinó al fanatismo futbolero. Aunque sea el Diego de la gente. Aunque Argentina, en el mundo, sea Maradona. La idolatría, equivocadamente, confundió gambetas y redes con episodios milagrosos. El todopoderoso se vestía de blanco, pero, para el despertar de sus adeptos, se combinaba con rayas verticales celestes.
Esa omnipotencia que los argentinos le adjudicaron y que fue asimilada por aquel chico, aceleró el vertiginoso tránsito que lo llevó de Villa Fiorito al “Cielo”. Lugar donde se dio el gusto de opinar, de acusar, de criticar; Fidel Castro, el Papa, sus mujeres, sus deslices, su divorcio, sus hijos. Situado en esa posición, los excesos siempre fueron inapelables. Su entorno se adaptó a la magnánima representación social que provocó.
Aquellos que chocan con su tozudez, se alejan; bajando los brazos sinceros de la ayuda. Otros, que acorralados por el temor de perder esa redituable “amistad” que Maradona implica, lo acompañan incondicionalmente; destruyeron poco a poco a ese corazón solitario y acosado, prepotente y caprichoso. Corazón víctima de las debilidades de una persona, a quien, evidentemente, la fortaleza anímica no le alcanza para valorar su salud y mucho menos su imagen.

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sábado, 6 de octubre de 2007

El caso Valdez

“No te vayas a pelear eh”, le advirtió Daniel Masera a Valdez. García lo había citado a la escribanía a las ocho y cuarto de la noche. El divorcio estaba en trámite. Todavía faltaban unos pasos para que se concrete la separación. El abogado nunca pensó que en la reunión no se incluiría nada de la burocracia que sucede a un matrimonio fallido, nunca imaginó que le arrebatarían su vida esa noche y, sobre todo, nunca habría sido capaz de anticipar la saña con que lo hicieron. “Quedate tranquilo”, le contestó a su amigo.
Guillermo Valdez no confiaba en ella. “Vos no sabés de lo que es capaz Adriana”, le dijo a un amigo, y así fue, capaz de todo. El era abogado, muy conocido en Posadas, trabajaba para el Banco Francés.
Adriana García es escribana y su estudio se encuentra en La Rioja al 1942. Estudio que heredó de su padre, que fue escribano General de Gobierno en Misiones por varias décadas. Tiene 48 años y no es sincera. Insistió en que ella deseaba mejorar la relación con su esposo y unir nuevamente a la familia, sin embargo son muy pocas las ganas con que se la ve en muchas de las fotos con Bertoldo Neumann en Brasil. El Polaco es dueño de un hotel y se paseaba en su Chrysler Stratus junto a su pareja, la escribana García. El tipo creyó que la impunidad lo protegía, no disimuló: un teléfono celular Motorola que era de Valdez, tres billetes de 100 pesos y un guante de látex estaban dentro de una bolsa y fueron hallados en el telecentro del alojamiento Neumann. También se encontró a la derecha de la palanca de cambios la pistola semi automática calibre 11.25, un cuchillo en la casetera y, debajo del torpedo del coche, el silenciador del arma.
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No se le veían los ojos. Lentes tan oscuros tenía que el rayo del sol que se colaba por la única ventana no era suficiente para ver si ella lloraba o no, si la muerte le dolió o no. El no se acercó durante todo el velorio. No paró de llorar desde que llegó. Adriana tomó la decisión y se le puso cerca, no mucho, tenía miedo. No tuvo el valor para saludarlo, era uno más de los tantos que desconfiaban de ella. “Me quieren incriminar”, susurró mirando el parqué. Daniel Masera, amigo del matrimonio desde hacía años, giró su cabeza, se quitó lo anteojos de sol y no tuvo piedad: “De qué hablamos, si en el baúl de tu auto habían fotos tuyas con el supuesto asesino”.
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La siesta tiene algo de sagrado e inviolable en esta ciudad, poca es la gente que se atreve a contradecir la costumbre. Alejandra Palomero volvía de su trabajo todos los días por la calle Roque Sáenz Peña, a esa hora, la de la siesta. Vivía a tres cuadras del hotel Neumann. Cuando su esposo le dijo que no era la primera vez que veía el auto de la escribana estacionado en el hotel del Polaco ella no le creyó. Al día siguiente, allí estaba, no le quedaron dudas. Habían sido muy amigas. Adriana era otra, más de uno la vio desbordada en Mentecato o Metrópoli bailable. Alejandra se preocupó y buscó a Valdez. No le parecía correcto que una mujer de 45 esté con un chico de 20, que además era “gente peligrosa”. El abogado no se inmutó: “Yo no puedo hacer nada, con Adriana está cortado el diálogo”.
“Esa hija de puta lo mató”, pensó Alejandra, cuando se enteró del asesinato, a la hora de la siesta.
~ Teresa Catalina Luisa Ceccantini es tarotista y saca chapa de que lee la borra de café turco con una exactitud que al propio futuro condiciona. Es petisa, redonda, con un teñido rubio que enceguece. No supo nada de lo que había pasado hasta que tuvo que suspender una sesión porque el teléfono le sonaba sin detenerse y ya no podía concentrarse con su cliente con la sirena de fondo. “Si me quieren culpar me voy a suicidar tirándome de un puente”, fue lo primero que escuchó. La voz era de una de sus seguidoras más fieles. Era el 20 de junio de 2003 y Adriana García estaba sofocada. Teresa no había encontrado dificultad en el café de Adriana. Los pedidos no eran nada difíciles. Estaba preocupada porque el hijo mayor se quería ir a estudiar a Buenos Aires, porque en la escribanía había mucho trabajo acumulado, porque quería volver a unir a la familia, pero no todos eran sueños de madre y esposa, también le interesaba qué iba a pasar con un paraguayo que le gustaba y “que le manejaba el auto”.
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Quiso intervenir en la discusión y la echaron. Tanto el Polaco como Valdez estaban muy nerviosos y en lo único que coincidieron es en que Adriana se vaya de la escribanía. Ella se reunió con su ex esposo para arreglar temas económicos que implicaban la separación. Pasó un rato hasta que llegó el Polaco. Venía desde el fondo junto con Jorge “Mosquito” Ramírez, un empleado suyo. Entró por una puerta lateral de la escribanía, Adriana pulsó el control remoto. Ella fue víctima de la discusión. La echaron de su propio estudio. Hizo caso y se fue para su casa. Al llegar dio cuenta que se había olvidado un libro sobre Misiones en lo de su madre que lo utilizaría para ayudar a su hijo a terminar un trabajo para la escuela. Luego de charlar media hora por teléfono fue para lo de mamá y volvió una hora antes de la medianoche. Por suerte terminó el trabajo. Más tarde, el cansancio la venció, y con la televisión encendida se quedó dormida.
¿Y no se preguntó lo que había pasado o lo que podía pasar en la escribanía, con dos personas que no eran de la escribanía?, preguntó el tribunal. “No, sí que me interesó pero no pude comunicarme más con ninguno de los dos, ni con Neumann ni con mi marido”. La coartada de Adriana no fue creíble.
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20 de junio: fin de semana largo y además era viernes. Las dos y media de la mañana y la noche de Posadas ya se identificaba con los grupos de jóvenes en las calles y los autos que desfilaban sin pausa por los frentes de los boliches. Pero algo les llamó la atención a Oscar Ayala y Pedro Fernández. Los policías se apostaron en la estación de servicios de Córdoba y Colón, la verdad es que hacía frío y dentro del móvil la cosa iba mucho mejor. La noche estaba tranquila hasta que aparecieron. La música hacía temblar al lujoso coche con patente paraguaya. Con cierta prepotencia los dos ocupantes vieron el patrullero, pero no les importó: el volumen seguía al máximo. Ayala y Fernández se desperezaron y fueron a ver quiénes irrumpieron la paz nocturna. Les pidieron que se identifiquen. “Bertoldo Neumann”, se apresuró el conductor. “Jorge Ramírez”, lo secundó el acompañante. ¿Qué pasa muchachos que tienen las zapatillas embarradas?, preguntó uno de los oficiales. Apoyado en el Chrysler Stratus, el Mosquito Ramírez no dijo una palabra. “Fuimos a una chacra que tiene mi mamá en Paraguay”, trató de convencer el Polaco.
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“A simple vista no se puede encontrar nada. Pero es impresionante la cantidad de sangre que hay en el lugar.”. Los peritos tuvieron que recurrir a un reactivo para detectar la sangre que se diseminaba por la escribanía. En la sala de reuniones, en la paredes del baño, en el piso, los grifos, la ducha, en los desagües. Todo tenía sangre y signos de que el cuerpo fue arrastrado.
Las empleadas de la escribana llegaron a su trabajo y notaron todo normal. No había manchas, no estaba desacomodado. Ellas saben quién sale y quién entra al estudio. La noche del 19 de junio se fueron a sus casas cerca de las ocho de la noche. El sensor que tiene la puerta lateral no sonó. Nadie salió. Cuando se fueron, la escribana y dos amigos seguían dentro del estudio.
Al abogado lo mataron ese día entre las ocho y media y nueve y media de la noche. ¿Un seguro de vida? ¿Una cuenta en el exterior? El tribunal no dilucidó el móvil del asesinato.
Adriana García, Bertoldo Neumann y Jorge Ramírez fueron sentenciados por el Tribunal Penal Uno a prisión perpetua.
A Guillermo Valdez lo encontraron el día 20 de junio cerca de las ocho de la mañana. Su cadáver estaba al costado de la avenida Cabo de Hornos al 3500. Había mucho barro.
Le acertaron cinco balazos con un arma calibre 1125. Uno en la sien derecha. Antes, cinco, también, fueron las puñaladas que le dieron y trece los cortes en el cuello con que lo torturaron. No se supo por qué, si para desfigurarlo y no lo reconozcan o porque sí, le cortaron el rostro, dejándolo sin piel, sin nariz y sin orejas.“Me da la impresión de que queda el crimen impune, porque no se sabe quién lo apuñaló, quién lo baleó ni quién lo escalpeló”, insistió Adriana García.
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Vandor... A usted lo matan!

Se escuchaban ruidos en la habitación. La reunión estaba terminando. El primero que sale es Perón, el Lobo lo secunda, lo ayuda separando del camino una silla que impedía al paso. El general levantó la mirada, buscaba a alguien para precisar la directiva. Jorge Antonio pasó fugazmente por unos de los pasillos, Perón lo alcanzó a ver. “Antonio”, le grito fuerte con el temor de no llamar su atención y fracasar en la búsqueda de encontrar a alguien para la tarea. ¿Antonio me hace una gauchada?, le dijo. Me llama a López y le dice que lo acompañe a Vandor al aeropuerto. El avión parte en tres horas, dígale que se apure.
Antonio salió a cumplir con la orden. Vandor se erguía inmutable, sin hablar. El Lobo estaba resignado. Perón arrastró un sillón pesado para sentarse. Tardó en acomodarse, le costaba cruzar las piernas. Lo invitó con un ademán de manos a ubicarse enfrente suyo. Sin piedad, lo arrebató.
- A usted lo matan Vandor. Se metió en un lío que a usted lo van a matar.
- Pero General…- ¡Déjese de joder! Si no lo matan unos lo matan otros. Usted aceptó dinero de la embajada americana y creía que se los iba a fumar a los de la CIA. ¡Déjese de joder Vandor!, usted es un boludo.
El hombre apretaba un cigarrillo entre sus dedos, con la mano izquierda revolvía todos los bolsillo del saco. No encontraba el encendedor de benzina. Por momentos interrumpía su búsqueda y se frotaba incisivamente los ojos. Sentía que lo estaban condenando, que se encontraba en el banquillo de acusados de un tribunal de justicia en el que la sentencia era inapelable. Intentó rastrear una palabra de aliento.
- Pero general con la gente de la embajada lo tengo todo encaminado. Esta semana voy yo a…
- ¡Hágame el favor! Usted está entre la espada y la pared: si usted le falla al movimiento, el movimiento lo mata; si usted le falla a la CIA, la CIA lo mata.El cigarrillo se había roto. El sudor y la presión resquebrajaron el papel, el tabaco empezaba a brotar cuando el Lobo cerró el puño y lo hizo un bollo. Las lágrimas ya le recorrían las dos mejillas. Perón continuó.
- Usted no es tan habilidoso como se cree.
En el pasillo se escuchaban las voces de Jorge Antonio y López Rega. Perón interrumpió su embate y cabeceó hacia el lugar de donde provenía la conversación. Vandor se llevó la mano cerrada que envolvía lo que quedaba del cigarrillo a la frente y luego la trasladó a la altura del tobillo. Abrió el puño y dejo caer sobre la alfombra verde el bollo de tabaco y papel.
- No sea idiota Vandor. En esto no hay habilidad, hay honorabilidad, que no es lo mismo.